Las emociones y los sentimientos como esencia de la vida anímica y el procesos de cura.

Cuando reflexionamos qué son, de dónde surgen, cómo son y qué función cumplen las emociones y los sentimientos en la vida del ser humano, entramos a tratar con lo propio y fundamental de la experiencia humana entendida en términos de su animosidad. Más que funciones aisladas en el organismo y el individuo, las emociones y los sentimientos son disposiciones para la vida en general, a través de las cuales el cuerpo y la mente obran un repertorio de respuestas heredadas frente a las diversas demandas de la realidad. Estás formas de reaccionar y percibir en la vida, conllevan un carácter implícito de relación Yo-Otro, que se va constituyendo desde una condición uterina o simbiótica hasta una diferenciación como individuo con sentido de sí mismo y del otro en la vida.

La experiencia emocional sienta sus bases en lo más orgánico e instintivo del ser humano, tiene una relación principal con la matriz de la vida, es decir, con la madre, y funciona en base a patrones de necesidad y regulación. Las emociones tienen una relación directa con el cuerpo, en forma de conmoción somática, son afluentes autónomos, reacciones instantáneas ante los acontecimientos externos e internos. Antes de la articulación del pensamiento y el lenguaje ya existe una ruta de acción para el organismo, una inteligencia innata que subyace en lo propio del juego funcional de las expresiones faciales, los músculos, la voz y la actividad del sistema nervioso autónomo y del sistema endocrino. Antes de la adquisición incluso de cualquier sentimiento, la criatura humana es conmoción.

Tanto las emociones como los sentimientos se rigen además por principios opuestos, tales como el placer y el dolor o la alegría y la pena. La tensión generada por estos contrarios complementarios es lo que va elaborando el estado del ánimo, factor determinante para los procesos psíquicos, la motivación, la formación de la identidad y el carácter, y el sentido de vida. Sin esta gran tensión no habría movimiento anímico para los procesos vitales y la elaboración de significados, y por lo tanto nada tendría sentido para el sujeto; un estado de absoluto reposo, sin contrariedad ni conmoción, es algo que pervive como ser inconsciente, más ligado a la muerte que a la vida.

“Los organismos vivos están diseñados con la capacidad de reaccionar emocionalmente a
diferentes objetos y acontecimientos. La reacción es seguida por algún patrón de sentimiento, y una variación de placer o pena es un componente necesario del sentimiento (…) Los organismos se esfuerzan de manera natural, por necesidad, para perseverar en su propio ser; este esfuerzo necesario constituye su esencia real. Los organismos existen con la capacidad de regular la vida y, con ello, de permitir la supervivencia.” (Damasio, 2009, p.p 17,18)

La diferencia entre emociones y sentimientos esta dada por la  transformación de lo anímico, en donde el sentimiento es el resultado de las emociones, entendido como un patrón del ánimo más elaborado que se sostiene en el tiempo independientemente de las demandas puntuales de respuesta emocional. Así como las emociones tienen su base en el cuerpo, los sentimientos se  corresponden con la mente, ya que están hechos de imágenes y significados que trascienden la pura disposición primaria o reactiva de las emociones. Por ejemplo, un niño de 9 años al que le hacen bullying en el colegio, puede experimentar miedo o rabia en el momento en que esta siendo víctima del acoso de otros, estas emociones le hacen responder en forma de huida o ataque, es así como podría quedarse impávido o agredir, su reacción emocional ante el hecho se puede expresar así; pero este mismo niño, en la medida en que va creciendo, y bajo el impacto de la violentación de otros, puede ir configurando un sentimiento producto de las sensaciones de indefensión, impotencia, vergüenza, odio y culpa, el cuál se va constituyendo como un complejo de inferioridad que va a caracterizar a la personalidad y el modo de funcionamiento relacional con otros, siendo más consistente y determinante en la vida de este sujeto como adulto.

En psicoterapia se escucha decir a algunos pacientes: “es que yo me guardo las emociones, me cuesta expresarlas”; “me tocó hacerme la fuerte y seguir adelante, porque si no lo hacia yo, nadie más lo iba a hacer en mi casa”; “estoy super bien, ahora nada me afecta”; “no podía ponerme a llorar ya que debía estar fuerte para evitarle más problemas a mi madre”; “me guarde lo que pasó y nunca se lo conté a nadie”; etc. Lo que evidenciamos aquí, es que el conflicto radica en la ausencia de trato con el sentimiento, donde no se ha logrado un abordaje comprensivo para su asimilación como parte de la historia y el destino propio, por lo que el individuo queda en una especie de conflicto no resuelto. Las heridas emocionales entonces se vuelven ecos de acontecimientos difíciles y traumáticos, configurando un sentimiento de base, un estado del ánimo y una forma de relación con los otros. Para poder continuar viviendo, adaptarse y poder cumplir con las demandas individuales, de familia y sociedad, muchas personas actúan mecanismos de defensa contra la herida, donde los más comunes son la racionalización y la disociación. Pero con el paso del tiempo, estas defensas van agotando la energía psíquica, pudiendo incluso tener consecuencias negativas sobre el cuerpo, muchas de ellas a nivel del corazón, el útero y el sistema inmune por ejemplo.

En psicoterapia abordamos aquellas heridas de la historia del sujeto que no han sido integradas en el conjunto de la personalidad. Pero esta integración, que se conoce como proceso de cura, no pasa solo por el hecho de recordar aquellas experiencias difíciles, sino que conlleva un entendimiento profundamente anímico de los factores patologizados que subyacen en cada una de estas experiencias traumáticas, núcleos complejos que incluso han arrastrado madres, padres y abuelos, y que tiene relación con el desarrollo de una consciencia histórica y cultural. Lo más importante en este ámbito de cuidado y trato con lo emocional y sentimental tiene que ver con la capacidad, tanto en el terapeuta como en el paciente, de gestionar un vínculo o relación terapéutica que se adscribe para tal fin; cuando esto no pasa, no surge ninguna transformación psicológica, ya que tratar las dolencias del alma demanda de algo que va más allá de lo tan solamente intelectual, técnico y comercial.

Referente Bibliográfico

– Damasio A. (2009) En Busca de Spinoza. Neurobiología de la emoción y los sentimientos.
Crítica: Barcelona.

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